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En la Lupa: Nicolás Poblete, actor

16 de junio de 2023

Tras el estreno de su nueva teleserie, Generación 98, Nicolás recuerda su propio paso por la vida escolar.

Irrumpió en la escena televisiva nacional allá por un lejano 2004, cuando debutó con apenas 22 años en Tentación, teleserie realizada por Canal 13. Luego vinieron Brujas, Gatas y Tuercas, Charly y Tango. Y el éxito mayor llegó en 2007 con su inclusión en el elenco de El Señor de la Querencia, de TVN, producción nocturna que constituyó todo un hito en la historia de las telenovelas en virtud de sus altos índices de audiencia. Su participación en otros éxitos como Mujeres de Lujo (2009, Chilevisión) y Soltera Otra Vez (2011, Canal 13) confirmaba que Nicolás Poblete era un actor consagrado que, gracias a su talento dramático, logra alternar una carrera televisiva con el teatro y el cine.

Nacido en 1982, Nicolás Poblete es el menor de tres hermanos y egresó en 2000 del Saint George, colegio que fue clave en su formación como actor. Hoy participa de producciones que, como suele pasar con las telenovelas desde un tiempo a esta parte, reflejan en gran medida los debates que tienen lugar en la sociedad. Es lo que hará Generación ‘98, la producción de Mega que pretende develar las grandes contradicciones de la élite chilena.

¿Qué te inspira y desafía hoy día?

Estoy grabando Generación ‘98, escrita por Pablo Illanes, que habla de una generación de un colegio católico, gringo, de clase alta, donde había una dinámica de mucho bullying. Es una teleserie bien coral, con una trama que toca temáticas del matrimonio; esa doble vida, secretos e infidelidades en familias muy cristianas.

Parecen cosas de otra época pero siguen sucediendo. Toca temas que están muy normalizados en las relaciones hombre-mujer, el machismo que se sigue perpetuando. Pensemos que las mujeres recién comenzaron a votar a mediados del siglo pasado, entonces ha sido una sociedad construida desde el patriarcado. Hay comportamientos y actitudes normalizadas y no nos damos cuenta del tremendo daño que hacen no solo a la mujer, sino que a la sociedad.

¿Qué tan cercana sientes la historia de “Generación ‘98” a la tuya en el Saint George?

Lo siento distinto. Tengo una relación muy bonita con el Saint George, un colegio que fue muy inspirador, que me enseñó a dedicarme a lo que me gusta, a no hacer cosas por aparentar. En el Saint George se tomaba el catolicismo desde la acción social. Vivimos experiencias que te abrían un poco el mundo y, si bien igual tiene su lugar de burbuja y su lugar de éxito, el colegio siempre nos hizo muy conscientes del entorno social donde habitamos y hasta el día de hoy lo valoro.

¿Cómo lo aprendido en el colegio te ha ayudado en tu vida profesional?

En séptimo básico empecé a integrar la Academia de Teatro en el colegio, con Oriana Martínez, quien fue una gran maestra de teatro y profesora de castellano. Era uno de los más chicos, y allí hacíamos adaptaciones de “Cien Años de Soledad”, un compilado de obras de teatro del absurdo o “Esperando a Godot” de Samuel Becket.

En segundo medio programamos una gira a Buenos Aires tras ganar cinco festivales de teatro en comunas de Chile para mostrarle al colegio que la Academia era capaz de representar a nuestro colegio. Yo no tenía plata para ir, y recuerdo que tras nuestra última función en Chile para recaudar fondos, llegué muy temprano a barrer el teatro, a ordenar vestuarios y camarines como un regalo de despedida para mis compañeros y compañeras que partían a la gira.

Tras la obra nos estábamos cambiando de ropa, entra la Oriana y me dice `Nico te buscan afuera`. No había nadie, me quedé esperando y al rato me llaman y me dicen que por ningún motivo me iban a dejar en Santiago y que con la plata de las entradas iban a llevarme. Fuimos al teatro Colón, a ver teatro más comercial, teatro musical, actuamos e hicimos un intercambio con un colegio argentino.

Ese viaje me determinó mucho y creo que toda la experiencia que viví a través del teatro en el colegio me hizo tomar lindas decisiones de vida.

¿Fue el teatro del colegio el espacio que tuvo para tí el mayor significado?

Pasaba mucho tiempo metido en el teatro, que era como un laboratorio para nosotros. Y el bosque también era un lugar muy rico para ir a conversar.

El colegio reúne distintos espacios que acompañan distintos momentos del día y las distintas emociones. Lugares donde pudiera darle importancia y espacio a lo que estábamos viviendo o sintiendo. Y darse esos espacios significaba que eras responsable de faltar a la clase, así que después igual tenías que responder académicamente. Entonces tenía ese tema como más universitario, más adulto, que te hacía tomar decisiones.

¿Alguna anécdota que nos puedas contar de tu paso por el colegio?

El padre Gerardo Whelan fue mi apoderado en cuarto medio y viví con él en la Casa de Formación de Avenida Ossa. Esto, porque mi familia se fue a vivir a Rancagua cuando yo estaba en tercero medio, así que estudié allá ese año y en mitad de cuarto quise terminar con mis compañeros. Habíamos dejado una carta que decía que me había ido por voluntad propia y que podía volver cuando quisiera, así que llamé a Whelan y me dijo “Dale, entra con tu carta mañana que empieza el segundo semestre. ¿Dónde vas a vivir?”. Le dije que no sabía, que tal vez en casa de algún familiar o compañero; y fue así que me invitó a vivir en la casa de formación y se convirtió en mi apoderado.

Whelan tenía un Maruti que manejaba horrible. Era un peligro. Pasaba con luz amarilla tirada para roja y le tocaban la bocina. Yo siempre llegaba tarde porque vivíamos lejos del colegio, pero como llegaba él era como “Ya, bueno… pase, pase”. Y los días de educación física yo iba con zapatillas blancas y el inspector le decía “Padre, dígale a su hijo que no puede venir con zapatillas blancas que tiene que venir con las negras”. Y Whelan me pegaba como un cachamal y me decía “¡Te he dicho esto mil veces! ¡Tienes que hacer caso! No puedes ser tan irresponsable”. Y después seguíamos caminando y me decía “No le hagas caso”.

En el fondo tengo este recuerdo de la autodisciplina. Era un colegio que te hacía ser muy consciente de tus responsabilidades y del cuidado de tu libertad.

¿Tuvo alguna influencia Whelan en tu vocación como actor?

A Whelan le llegaban muchas invitaciones al teatro, al Municipal, al Teatro de la Universidad de Chile en Baqueano. Entonces me llevaba harto al teatro. Whelan me dijo que tenía grandes expectativas sobre lo que yo podía hacer. Decía que podía seguir una carrera política o me trató de convencer de que podía ser obispo o llegar a ser Papa.(Ríe)

Después nos encontramos y me preguntó “¿Qué decidiste estudiar?” Le dije “Teatro” y me gritó “No. ¡Eres un payaso de mierda!” Así que le dije “Es absolutamente culpa tuya. Me dijiste que hiciera lo que a mí me gustara, que la decisión que tomara iba a estar bien y me llevaste mucho al teatro. Así que no te hagas el loco”. Se reía nomás, pero sí, marcó mucho mi presente.

¿Qué es para ti el Espíritu Georgiano?

Para mí es hacerse cargo del lugar donde uno vive, de la sociedad que uno habita y hacer un aporte. Esa visión y la responsabilidad social me marcó mucho. Es darse cuenta, también, de los errores que cometemos, donde perdemos nuestra libertad, donde dejamos de ser una sociedad generosa y empática. Tiene que ver con conciencia, con crecimiento y con no darse por vencido.

¿Cómo has canalizado ese aprendizaje en tu vida después del colegio?

En algún minuto de mi vida me vi frustrado por eso. Pensaba que era demasiado para un cuerpo tan pequeño y tan débil. Entonces finalmente lo canalicé a través del arte que juega un rol trascendental como herramienta de lectura de nuestro entorno político, social, geográfico. También de nuestras problemáticas, dolores y alegrías.

Aprendí lo tremendamente político que es el trabajo del arte, en el sentido de hacerse responsable de nuestro entorno. Para poder verlo y dialogar.

También el arte tiene un lugar terapéutico. El arte, el movimiento, el cuerpo, sirven mucho para resignificar los traumas. Los eventos traumáticos quedan grabados en el cuerpo y hacen funcionar el organismo de manera distinta.

A mí me tocó la suerte de hacer una película Con Matías Bize llamada “Mensajes Privados”. La hicimos durante la pandemia y la grabamos con nuestro celular mientras estábamos encerrados. La película la conforman testimonios a cámara. Algunos son relatos de historias que le sucedieron a los actores de la película y hay otros, de otras personas, que fueron interpretados por los actores y actrices. A mí me tocó escribir y actuar un relato biográfico que habla sobre un abuso que sufrí yo y mi hermana cuando éramos niños. Esto me dio la oportunidad de poner en práctica usar el teatro como una hoguera, como un lugar de exposición absoluta donde mostrar las heridas, las llagas o lo que supura de ellas.

Cuando Matías me lo propuso al principio dije “No lo sé. Dame unos días para pensar”. Pensé: Es la oportunidad de poder hablar de algo muy profundo que ha afectado de manera muy fuerte mi vida y que ya no puedo seguir conteniendo en privado. En mi soledad hay algo que convive conmigo. Aunque yo no lo quiera ver es una sensación que está, un dolor, una angustia que me hizo vivir crisis de pánico desde los 9 años hasta los 30 y tantos. Y cuando logré empezar a resolver estos problemas me dije, pucha, qué mejor que tener la oportunidad para exponer esto a través de las artes.

Pude haberlo expuesto en entrevistas, pude haberlo hecho como una funa. Pero lo quise inscribir en el arte, en el cine. Y fue muy bonito porque logramos ir al Festival de Cine de Málaga en 2022 y recibimos dos premios muy bonitos. Uno fue a Mejor Montaje y a mí me dieron el premio a Mejor Actor de Reparto.

Nicolás junto a Matías Bize, director de "Mensajes Privados", en el Festival de Málaga donde recibieron sus Biznagas por Mejor Actor de Reparto y Mejor Montaje en 2022.

Fue bastante impactante recibir ese reconocimiento y hablar con la prensa especializada, porque fui a hablar de algo que sucede mucho, que es transversal a todo estrato social y Chile es uno de los países donde más sucede. Es bueno compartir esto en comunidad. Es algo de lo que no conversamos nunca. Es un tema doloroso, un ladrillazo. Pero hay que conversarlo, pues es la única manera de que deje de pasar.