Hay profesionales de excelencia que ponen sus destrezas y conocimientos en terrenos donde es posible ver el rostro más duro de la realidad. Es el caso de Francisca Pérez, psicóloga, quien se desempeña en la Corporación La Morada, institución que trabaja en pos de los derechos de la mujer y que hoy moviliza todos sus recursos para ir en ayuda de mujeres que sufren violencia de género. El que sigue es el testimonio de una georgiana que nos demuestra que es posible llevar una luz de esperanza a quienes sufren a la sombra de un techo.
Francisca Pérez (MOG 1982) es psicóloga de la Universidad de Chile y Presidenta de la Corporación La Morada, donde trabajan en problemáticas conflictivas, algunas de ellas de larga data, con raíces profundas en la idiosincracia nacional como la atávica violencia contra las mujeres, un fenómeno que pareciera arreciar mientras más resuenan las voces femeninas que piden tener los mismos derechos y deberes que los hombres.
"En el colegio siempre me interesó más el área matemática, aunque siempre participé muy comprometidamente de actividades e iniciativas sociales, como los trabajos voluntarios, misiones, etc. Por eso, al egresar, enfrenté una gran disyuntiva entre esa vocación ‘académica’ y una vocación ‘social y política’, y opté por esta última", cuenta.
Su interés por mejorar la calidad de vida de las mujeres partió en lo profundo de los años '80 cuando, en calidad de ayudante de cátedra, Francisca debió realizar una investigación sobre "Género y Psicoanálisis", y más tarde, mientras realizaba su práctica, otro estudio acerca de violencia sexual. Fue un punto de inflexión en su vida.
"Provengo de una familia en la que las primeras mujeres entraron a la universidad a comienzos del siglo XX: crecí viendo a mis abuelas, madre, tías, como mujeres profesionales, autónomas y con un lugar propio en el mundo. Por lo tanto, nunca antes, ni en la familia ni en el colegio, me planteé la posibilidad de la discriminación: nunca me sentí discriminada por el hecho de ser mujer. En la academia entendí que mi experiencia particular es una burbuja al interior de un mundo que se caracteriza por brechas enormes en las posibilidades que tienen hombres y mujeres para enfrentar la vida en ámbitos doméstico, laboral, social y político", sostiene Francisca, quien se decidió a trabajar en este campo luego de "hacer turnos en el Instituto Médico Legal para recibir y entrevistar a las mujeres que llegaban a una pericia forense luego de una violación o abuso. Entendí que había un universo de vidas vulnerables que me hizo visible de manera radical la relación entre precariedad y género", agrega.
Luego de egresar se incorporó a La Morada, específicamente al programa de Violencia Doméstica. "Era el nombre que tenía en esa época", aclara Francisca, quien recuerda que, por entonces, ni siquiera había una ley que sancionara la violencia intrafamiliar. "Me formé en psicoterapia familiar y en psicoanálisis, y nunca más dejé la clínica, la academia ni el trabajo en los temas de género", agrega.
La violencia en cuarentena
Hoy, en este mismo momento, muchas mujeres están viviendo un verdadero infierno mientras cumplen con el obligado confinamiento. Las cuatro paredes dejan en sordina sus lamentos y sollozos. "Se pierden las redes de apoyo habituales y se dificulta aún más la posibilidad de pedir ayuda, ya que existe una mayor vigilancia al interior del hogar", dice Francisca, quien destaca el enorme trabajo que realiza la institución en estos días de crisis. "La Morada cuenta, de manera habitual, con un centro clínico que acoge a mujeres. La actual situación nos ha llevado a introducir un dispositivo de atención y acompañamiento con psicólogas y abogadas, un número de emergencia de 24 horas y un trabajo, en conjunto con otras organizaciones, para la activación de redes territoriales", destaca la profesional.
Francisca Pérez entrega una serie de recomendaciones a quienes atraviesan por tan difícil trance: "Es muy importante para las mujeres resguardar espacios de confianza y protección que les permitan hablar de su experiencia y contar con la posibilidad de pedir ayuda en los momentos críticos. Los recursos tecnológicos también son de ayuda. De la misma manera, es relevante conocer otras historias y saber que es posible transformar la vida y volver a inventarla las veces que sea necesario. Creo que las redes sociales constituyen también un recurso cada vez más significativo en esa línea. Los espacios íntimos y de confianza son irremplazables. No hay que perderlos de vista tras la ilusión de la comunicación permanente".
Testigo privilegiado de la evolución que ha tenido esta problemática en Chile, Francisca Pérez reconoce avances desde el restablecimiento del régimen democrático, especialmente en lo legislativo. ¿Y culturales? "También", responde ella, si consideramos que finalmente prevaleció la idea de la paridad en una eventual convención constituyente.
"Sin embargo, la desigualdad sigue existiendo y afecta dramáticamente a aquellas que se ubican en los lugares más precarios de nuestra sociedad. Persisten elementos culturales que afectan nuestra convivencia. Mientras no seamos capaces de erradicar las diversas formas de discriminación, no podremos tampoco terminar de erradicar la violencia hacia las mujeres", advierte la profesional.
"Aunque cada vez encontramos más hombres que comparten el quehacer doméstico, la responsabilidad última sigue siendo prioritariamente de las mujeres, sobre quienes recae el trabajo de 'cuidado'. Tenemos un bajísimo porcentaje de mujeres en cargos de representación y en la empresa", sostiene, antes de sentenciar: "Chile es un país avanzado en lo formal, pero profundamente conservador y resistente en la vida real y cotidiana".
Por de pronto, "la violencia contra las mujeres continúa siendo una experiencia muy 'privada', pese a que sus raíces son históricas y políticas. Este aislamiento progresivo es un mecanismo poderoso que va separando a las mujeres de sus redes familiares y sociales. Las instituciones también re-victimizan a quienes debiera ayudar, con meses de espera para atenderlas, procedimientos complejos que permiten que, después de dos o tres denuncias, una historia de violencia termine en femicidio. Y también están las redes cercanas que expresan su 'decepción' al ver que esa mujer no logra superar la situación de violencia", indica Francisca.
Si bien su trabajo la acerca a las más terribles experiencias de vida, la labor también le ha regalado momentos que alimentan la esperanza.
"Me gustaría resaltar la capacidad de muchas mujeres que logran reinventar sus vidas una y otra vez. Me impresiona también la fuerza de las mujeres que hacen de su pasión una vocación colectiva, liderando procesos e iniciativas en el mundo de la política, en los territorios, en sus trabajos o en sus organizaciones. He aprendido a reconocer que esa fuerza surge justamente de la sabiduría que han construido desde sus dolores y desde la porfía de la esperanza y la resistencia", sostiene.
"Me conmueve y me alegra la esperanza de las mujeres jóvenes, de las estudiantes, de las trabajadoras, de las creadoras. Respeto sus diferencias e intento conocer ese otro mundo que han transitado. Y, por supuesto, vuelvo a mirar a todas las mujeres de mi propia historia: mis abuelas, mi madre, mis profesoras, mis compañeras del colegio y la universidad, mis amigas… Y cada vez vuelvo a admirar, profundamente, la valentía de cada una de ellas", concluye.