En nuestra entrega final de este ciclo #HablemosDeSaludMental abordaremos el impacto devastador que una enfermedad psiquiátrica tiene en el entorno familiar y cómo la única manera de salir adelante es en comunidad.
Desde OGA los invitamos a sumarse a una campaña de apoyo a una familia que se ha visto impedida de pagar la deuda que dejó la internación de uno de sus seres queridos y a compartir sus experiencias y testimonios en nuestras redes sociales.
No sólo es difícil de aceptar la enfermedad psiquiátrica de un ser querido. Y lo es no sólo por el estigma que pesa sobre quien la padece en una sociedad que enaltece la fortaleza y el éxito a través de un relato deshumanizante, sino que además porque puede enfermar a todos quienes rodean a esa persona. El diagnóstico de una enfermedad psiquiátrica es, a grosso modo, una bomba cuya onda expansiva puede destruir hogares, romper familias y, en algunos casos, afectar la convivencia en un entorno barrial.
“Imagínate alguien que está con un cuadro psicótico delirante. ¿Quién va a poder estar tranquilo en esa familia? Muchas veces son personas con serios riesgos de suicidio. Ese es un extremo, pero vamos a otros casos más comunes como, por ejemplo, tener un familiar alcohólico. Todas esas familias saben cuán perturbador puede ser”, señala el psiquiatra Fernando Rosselot (OG 1977).
“Los familiares de un alcohólico saben lo que son los circuitos de crisis de consumo: arrepentimiento, promesas de cambio, débiles intentos de cambio, una nueva recaída y todo eso implica angustia en las parejas, la vergüenza de los hijos, y así aumentan los niveles de estrés y de demanda de todos los que están involucrados en ese grupo familiar”, sostiene el profesional.
“Una persona adicta, por ejemplo, se puede gastar el patrimonio de una familia entera”, agrega el doctor Rosselot, ofreciendo distintas situaciones que demuestran esa larga cadena de expresiones y consecuencias asociadas a los trastornos mentales, máxime en un país que esconde el tema bajo la alfombra.
El terrible dolor de vivir
Cristián era un compañero de la generación del 75 que comenzó a sufrir lo que a tantos otros les ha ocurrido, independiente de la condición y status social: la vida misma se convirtió en una enfermedad cuyo dolor sólo podía mitigar con el consumo permanente de alcohol y drogas. Y aun contando con las redes y recursos, con el paso de años marcados por el consumo abusivo de sustancias, este georgiano terminó engullido por la calle. Casos así hay muchos, sólo que es una cifra negra difícil de precisar.
“Cristián era una persona que tenía un millón de amigos y todos sabían que tenía problemas con el alcohol y las drogas. La droga y el alcoholismo lo derivó a una situación de indigencia. Vivía de allegado en una toma en las afueras de San Pedro de Atacama, logramos ubicarlo y lo trajimos a Santiago. Armamos un grupo del curso (el de primera preparatoria) con el que logramos dos cosas: aporte financiero anónimo y acompañamiento”, señala un amigo, parte del grupo que coordinó la ayuda a este compañero caído en desgracia.
Lo peor era que Cristián, sin saberlo, sufría para entonces, un cáncer que, por no recibir tratamiento, ya se encontraba en fase terminal.
Otro compañero, en tanto, recuerda que “Cristián era una persona tan querida, que el círculo se fue ampliando a otros amigos de la unida generación del 75 y de innumerables personas que habían pasado por su vida. Al final, los que daban y los que no daban acompañaron igual por un tema de afecto”.
“Lo iban a ver permanentemente al hogar hasta el día en que las visitas se cortaron por la pandemia. De ahí pasó, gracias al cariño de profesionales del Centro del Dolor del Hospital Salvador, a una clínica donde debió internarse para recibir paliativos en sus cinco meses finales de vida”, indica más tarde.
“Pasó de estar botado a tener una mejor calidad de vida tras el cariño de muchas personas. Tuvo una vida digna en el último año y medio de su vida”, añaden estos amigos, recordando, “al mismo tiempo, que familiarmente se encontraba muy solo, tras varios intentos de sus hijas por ayudarlo y con la frustración de no lograrlo”.
Un amigo confirma: “Era un tipo que estaba castigado por su familia, que había tenido malas experiencias con su comportamiento. Ya después, gracias a Dios, sus hijas, una vez más lo acogieron con amor y se acercaron en los últimos meses de vida, así que murió tranquilo”.
Una amiga, en tanto, reconoce que Cristián “era una persona que tenía mucho arrastre a pesar de lo mal que estaba con su familia y de todo el daño que produjo”. No le faltaron los compañeros que “apoyaron generosamente, lo mismo que otros Georgianos de otras generaciones que no lo conocían pero que se sumaron a su causa y ayudaron a tratarlo en el Hospital Salvador”, agrega, reconociendo que en otros espacios de la sociedad chilena no existen esas redes de apoyo que, a la larga, coadyudan en paliar los enormes déficits que presentan los sistemas público y privado en materia de salud mental.
Dice el doctor Rosselot que el cuidado de una persona con un trastorno psiquiátrico requiere de “una enorme carga de combustible amoroso, farmacológico y humano. Hay que movilizar a muchos seres queridos”. Eso hasta que el combustible se agota:
“Las familias en algún minuto cruzan cierto umbral; ya no quieren ayudar más, ya perdieron toda la paciencia, porque también es cierto: hay personas que pueden ser muy disruptivas, muy poco consideradas con el resto, muy centradas en sí mismas”, agrega.
La asistente social de OGA, Mercedes Jiménez, relata que “el año pasado tuvimos el caso de una georgiana que estaba en situación de calle e intentamos por décima vez el tema de la internación. Habíamos conseguido todo, y en el minuto en que la íbamos a internar se nos arrancó. Y el hijo después me llamó y me dijo ‘no cuentes nunca más conmigo, esta fue la última vez, yo ya no quiero más con este tema’. Entonces también hay que entender lo que le pasa a la familia y a la gente con estos procesos que a veces uno también crítica mucho”.
El otro terremoto familiar
El aspecto humano es tan sólo una parte del problema que implica tener a un ser querido aquejado de una enfermedad mental, ya sea permanente o pasajera. Un georgiano nos cuenta que su esposa sufrió una crisis:
“Producto de una serie de catástrofes personales y familiares, requirió hospitalización de urgencia. Luego de mucho buscar, pues todas las clínicas están con listas de espera, encontramos cupo en una con un equipo muy recomendado, y yo siempre con la tranquilidad de contar con buen plan de Isapre y un seguro complementario”.
Aunque su mujer logró ser estabilizada y pudo salir adelante, la deuda que dejó la internación, que se extendió por tres semanas, acabó con la alegría propia de ver la recuperación del ser amado: “Revisé el tema cobertura con mi oficina; la especialista me aclara que al ser tema salud mental, la cobertura de Isapre por hospitalización se reduce a un 25%, y nuestro seguro complementario tiene un tope equivalente a un día-cama”.
“Estamos muy contentos de haber superado la crisis de salud de manera efectiva y agradecidos de haber encontrado un equipo de primer nivel. Superado ese tema, quedamos frente a una cuenta que suma unos 22 millones en total, de los cuales la Isapre y seguro han cubierto sólo 3.5 millones, siendo que con cualquier otra área de salud nuestro pago sería una fracción del costo. La clínica me acaba de avisar que tengo 5 días hábiles para el pago”, agrega el georgian al que estamos dedicando esta campaña y a quien puedes ayudar en este link.
¿Qué explica que la salud mental sea tan cara? ¿Qué explica que la internación hospitalaria pueda implicar la ruina económica para una familia? Nos lo aclara Fernando Rosselot: “El alto costo de una internación psiquiátrica es porque requiere un porcentaje muy alto de personal dedicado a la atención de una persona: un médico, un terapeuta, un terapeuta ocupacional, “tens”, uso de medicamentos… y todo por un tiempo largo. Esto no es como internarse por una apendicitis”.
Se pregunta el doctor Rosselot: “¿Qué pasa si hospitalizas a alguien con riesgo de suicidio y se suicida en la clínica, como ha pasado muchas veces? Una persona que está con riesgo de suicidio tiene que estar con cuidador o cuidadora permanente, lo mismo quienes sufren adicciones. Las labores de contención en casos graves implican movilizar muchos recursos”, agrega, advirtiendo que estamos muy lejos de llegar a los presupuestos de los sistemas de salud nórdicos, donde se trabaja a través de una red de albergues donde pueden residir personas con trastornos mentales que, además, cuentan con el apoyo permanente de profesionales y expertos cuyo trabajo y expertise contribuyen a la reinserción social de los mismos.
Tenemos que hablar
El panorama no sería tan desolador si al menos fuera un tema natural de conversación, como lo son la crisis climática, el déficit habitacional, las paupérrimas pensiones, o bien el mismo sistema de salud, etc. Pero como no lo hacemos en aquellos espacios cotidianos, como está ausente de las sobremesas, es lógico que esté ausente en la lista de los grandes problemas que afligen al país. Es un círculo vicioso: no se habla de él a veces por vergüenza, a veces por desconocimiento; pero el problema es que ni la vergüenza ni el desconocimiento van a retroceder si el tema no deja de ser ese tabú que ha sido siempre.
“Hice mi formación en el psiquiátrico José Horwitz de avenida La Paz, y ahí había gente que estaba hospitalizada desde los años ‘20, y que en los últimos 20 años nadie los había ido a ver. Son personas que se escinden de la sociedad de algún modo”, comenta Fernando Rosselot, quien luego agrega que “había instituciones donde los hijos con daño orgánico cerebral, y que tenían trastornos graves del desarrollo, se iban a algún tipo de institución y terminaban siendo excluidos de la vida oficial”.
No es extraño, entonces, que los seres queridos de un enfermo crean que este tipo de aflicciones se superan con mera voluntad y esfuerzo. Y si el ser querido no mejora, es porque no ha puesto todas las ganas en salir adelante, algo muy típico en la narrativa exitista del capitalismo tardío y posmoderno, una era en la que predomina el paradigma del hombre inquebrantable cuyo éxito depende sólo de sí mismo, y donde emerge además la superchería pseudocientífica que, en respuesta a las carencias del sistema médico en términos de cobertura y costos, y en congruencia con esta idea voluntarista que genera la ignorancia, ofrece tratamientos alternativos que repudian la evidencia factual y objetiva.
La psicóloga clínica María Isabel Moure (OG 1981) refuerza el relato del doctor Rosselot: “Tengo casos de niñas y niños donde las mamás se contraponen al tratamiento. Estás en una terapia y les dices que el niño o la niña necesitan ir al psiquiatra y te dicen que no, que están bien, y tienes una joven o un joven que no se levanta, que llora permanentemente, que tiene una crisis de pánico, angustia, y sus padres no quieren que vaya al psiquiatra. He tenido casos donde he estado dos o tres meses pidiéndole por favor a los padres que vayan al psiquiatra y no quieren llevarles porque está el temor de que su hijo o hija sea un enfermo mental”.
“Creo que desde esa vieja concepción del enfermo psiquiátrico queda el estigma para otros trastornos o enfermedades que son mucho más leves y que no implican esto de sacarlos del mundo”, sostiene Rosselot. “Pero como quedó la idea de que la persona que tiene algún problema en términos de salud mental es percibida con alguien que vale menos, entonces quedó un estigma como el que pesa sobre todas las minorías discriminadas”, agrega.
María Isabel Moure explica que “no todas las enfermedades mentales están estigmatizadas. Hay muchas que con medicamento permiten a las personas ser incluidas sin problema en todas las esferas de la vida, pero hay que aceptar que pueden tener cambio de un momento a otro. Entonces hay que integrar la enfermedad mental como una enfermedad más dentro de la sociedad, así como alguien tiene un problema en el corazón”.
“Hoy personas con problemas mentales que son tratadas salen adelante en sus carreras, ya que tienen un sistema que los ha estado conteniendo. Un sistema de apoyo en todo ámbito que también incluye la familia. Pero soñemos que como sociedad podríamos dar ese sistema de apoyo y tener esa capacidad de inclusión de todas las personas con dificultades de todo tipo. Entonces tiene que haber un estado que soporte eso también, pues de lo contrario no habrá ninguna posibilidad de tener un espacio de contención”, concluye la psicóloga María Isabel Moure.