Una persona puede sobrevivir sin un techo, incluso sin ropas, pero nunca sin un pan que llevarse a la boca. Y con todos los adelantos de la globalización y la ciencia, cerca de 700 millones de personas alrededor del mundo tienen problemas para conseguir alimentos, una realidad que intenta revertir Naciones Unidas a través de su Programa Mundial de Alimentos (PMA), entidad que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2020, donde se desempeña María José Rojas (MOG 1993), una socióloga georgiana comprometida en doblarle la mano a un flagelo que ataca la dignidad misma del ser humano.
María José Rojas Fuenzalida está a la vanguardia de una lucha contra un mal que puede despojar al ser humano de todo aquello que lo diferencia de una bestia, como la razón, la cordura, la compasión y la empatía, incluso los valores y principios. El hambre es peor que una enfermedad, toda vez que es un atentado a la dimensión civilizatoria que caracteriza a la especie humana. Descorazonador resulta saber que, pese a los elevados niveles de crecimiento económico propiciados por la globalización, pese a los enormes avances tecnológicos, aún así el 2020 cerró con 690 millones de personas con hambre.
“Es que la incoherencia humana no es novedad”, sostiene esta georgiana egresada en 1993, quien desde Roma confirma un dato sonrojante: en Chile cerca de tres millones tienen un acceso sólo regular a alimentos suficientemente nutritivos, mientras que 700 mil tienen una inseguridad alimentaria severa. Lo peor es que pasa el tiempo y el fenómeno no desaparece, ni siquiera retrocede. De hecho, hoy tenemos en el mundo diez millones más de personas hambrientas que en 2019, y sesenta millones más que hace cinco años. La pandemia ha resultado ser devastadora.
“Más de una vez pensé en renunciar. Ocurre cuando te pasas meses en negociaciones que acaban en nada. Y hablo de negociar por la vida, por derechos básicos, por lo que es obvio: la dignidad de las personas. Es frustrante, muy cansador”, reconoce esta socióloga, quien se desempeña como Jefa de Asociación y Promoción de Programas Escolares del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA), entidad que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2020 por su labor en pos de socorrer alimentariamente a casi 100 millones de personas en más de 80 países alrededor del globo.
Pese a lo complicado del panorama, esta georgiana no se deja abatir: “Lo cierto es que mientras más me involucro en estos temas, más me doy cuenta que el trabajo que hace Naciones Unidas, así como muchísimas organizaciones no gubernamentales, es fundamental. Pero el hecho de contribuir al derecho de todo ser humano a vivir con dignidad es más que suficiente para decir que hoy soy feliz”, agrega.
¿Cómo es posible que, con todos los adelantos científicos y tecnológicos, no hayamos desterrado un mal que, en apariencia, parece ser tan básico?
-Lo que te decía: es una incoherencia que se refleja a todos los niveles, desde la esfera privada/personal a la social/global. No es tampoco novedad que los intereses políticos y las necesidades individuales de los países casi nunca están alineadas con las necesidades humanitarias globales. Gran parte de mi trabajo en estos años ha sido dialogar con los países donantes para sensibilizar y apoyar la causa de quienes no tienen siquiera acceso a los bienes de primera necesidad. También se hace imperativo dialogar con los gobiernos receptores. Son procesos lentos, y obviamente están contaminados por intereses políticos nefastos.
¿Cómo logramos avanzar en las metas del programa pese a que su labor no siempre está alineada con las necesidades y urgencias de los gobiernos?
-Sólo a través de un trabajo conjunto que incluya también al sector privado, a fundaciones de la sociedad civil y otros actores, lograremos reducir el hambre y, quizás, alcanzar el ambicioso objetivo de “Hambre Cero” para el 2030. En la ecuación final, el bien que se aporta es imprescindible para millones de niños, mujeres y hombres cuyos intereses están muy lejos de los desequilibrios políticos mundiales, sino simplemente reclaman el derecho a vivir, vivir con dignidad.
¿Cómo es que llegaste a trabajar al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas?
-Persiguiendo un sueño, la verdad… En términos prácticos, fue a través de una consultoría de tres meses. Conocí a una persona que trabajaba ahí, quien andaba buscando alguien que la ayudara con un proyecto. Estudié sociología soñando un día trabajar en la ONU. Cuando se me presentó esta oportunidad, no la dejé pasar, sabiendo perfectamente que me arriesgaba a quedarme sin un trabajo al cabo de esos tres meses. Acababa de separarme y tenía un niño de 3 años. Todo indicaba que era una locura dejar la posición en la que estaba como responsable de ventas internacionales en una multinacional: en plena carrera profesional con seguras perspectivas de crecimiento, un gran portafolio de responsabilidad, con un buen sueldo estable, un equipo a cargo, y la posibilidad de viajar por toda Europa. Sin embargo, renuncié a toda esa estabilidad y acepté aquella oferta, que a lo largo fue renovándose hasta llegar al día de hoy en que hago parte de la planta fija del UN World Food Progamme, como Head of Parnterhsips & Advocacy de la división de programas de alimentación escolar.
¿Qué reflexión nos invitas a hacer considerando que el cambio climático es un hecho, lo que implica que la disponibilidad de agua dulce para la subsistencia humana y de los ecosistemas será menor, todo lo cual incidirá en mayores dificultades para generar alimentos?
-La respuesta más simple y obvia: cuida este planeta cada día y en cada cosa que haces. Enséñales a tus hijos a cuidar de él. Hay que crear una cadena cultural y social que se transmita como el idioma materno. Junto al hambre, el cambio climático es uno de los temas más presentes en la agenda de Naciones Unidas.
Lo interesante es que mientras el mundo desarrollado puede aportar soluciones innovativas, el mundo en vía de desarrollo puede enseñarnos a cómo cuidar de él desde las raíces. Son países que viven con escasez de agua y comida, sujetos a aluviones y sequías desde hace muchísimos años. Lidian con el cambio climático desde hace mucho antes de que el mundo desarrollado despertara. Cuando he tenido la oportunidad de viajar al campo, es impresionante ver cómo las comunidades locales cuidan de este planeta y de sus bienes naturales, con una sabiduría ancestral de quien reconoce en nuestra tierra una fuente de vida. Es el “go back to basis” que ellos nos pueden enseñar y que hoy se me hace tan imprescindible en esta esfera del mundo.
¿Qué te ha enseñado tu trabajo en el Programa y en qué medida ha influido en ti misma, en tanto persona y en tanto profesional?
-Trabajar en Naciones Unidas en general, y en el Programa de Alimentos en particular, me han enseñado que para lograr nuestros objetivos se requiere de paciencia y diálogo. También de una gran inteligencia emotiva y racional para entender los procesos políticos y sociales y no desesperarse. Son horas, semanas, meses, años de esfuerzos por parte de miles de funcionarios que realmente tienen la esperanza de que las cosas puedan mejorar. Yo deambulo entre los diálogos gubernamentales con los países y el trabajo de campo. Entremedio hay mil estratos de líneas de trabajo fundamentales para el éxito de las negociaciones. He aprendido a admirar el trabajo de todos los que como yo estamos en este bote. Todos. Empezando por los que están en los países en directo contacto con quienes luchan por sobrevivir. Trabajo mucho más que antes, he visto afectados los espacios para disfrutar con mi familia, se viven situaciones de riesgo, te desespera la lentitud política, te frustran los obstáculos que ponen los máximos sistemas y los micro intereses, pero me siento afortunada de poder despertar cada día sabiendo que, al cabo de la jornada, habré contribuido un granito de arena a conseguir los objetivos de desarrollo sostenible a los que todos los países de Naciones Unidas se han comprometido.
¿Qué rol jugó el colegio en construir la mujer que eres hoy?
-La mayoría de mis años escolares yo los pasé en un colegio jesuita en Italia. Estuve en el Saint George solo los últimos años de la enseñanza media. Sin embargo, cada vez que me preguntan, con gran orgullo contesto que soy definitivamente georgiana. Mi espíritu es el georgiano. Tardó solo tres años el colegio para grabarse en mi corazón y darme el famoso printing. Profesionalmente, hoy me reconocen como una líder en la organización y he obtenido gran apoyo de muchísimos colegas. Ese liderazgo que en parte viene con el carácter, me lo forjó el Saint George. Fue en esos años que aprendí a observar, escuchar, digerir, metabolizar, entender, desarrollar y hacer análisis, proyectos, estrategias de negociación e intervención social. Fue dentro del colegio que aprendí la importancia del diálogo, del respeto a la diversidad, la virtud de la paciencia, la necesidad de crear y soñar, el trabajo en equipo, la solidaridad. Los principales valores que me he llevado a lo largo de la vida profesional se plasmaron todos en aquellos tiempos.
Y con esa experiencia, ¿cuál es el espíritu georgiano que te gustaría entregar a las próximas 50 generaciones de mujeres?
-Si tuviera que pensar en un espíritu del colegio para las mujeres de los próximos 50 años, creo que sería el de creer en sus capacidades y desarrollarlas de manera exponencial. Una mujer georgiana debe creer en sus capacidades, saber que logrará lo que quiera, con respeto, humildad y solidaridad. Lo cierto es que el colegio nos dio todas las oportunidades y espacios para desarrollarnos. La planta de profesores era maravillosa. Mi generación dio a la luz muchísimas mujeres capaces y exitosas, que ya en mi tiempo eran líderes y extrovertidas. Yo aprendí también de ellas. Me enseñaron a creer en mí. Y si bien yo no tuve nunca un rol protagónico en mi generación, el ceder espacio a las demás y reconocer cuándo y cómo exponerse es un elemento que aprendí observando.
¿Cuál crees que fue el sello de las mujeres de tu generación?
El liderazgo. En un ambiente de respeto a la diversidad, solidaridad y gran incentivo a la creatividad, pasión y expresión, las mujeres de mi generación son hoy líderes maravillosas, exitosas en sus respectivas esferas y en sus vidas. No las conozco a todas, pero por cierto te hablo de la mayoría. Pero las que conozco son todas mujeres inteligentes y luchadoras, resilientes y tremendamente generosas y solidarias. Una de las cosas más reconfortantes y positivas es sentir admiración por tus padres, tu jefa/e (que no es algo común) y tus pares. A mí me pasa tal cual, sobre todo con mis pares mujeres, que se la han peleado con respeto para llegar adonde están, y por mis pares hombres, que con gran inteligencia nos han apoyado y acompañado con lealtad y energía en nuestro proceso de afirmación. Lo digo siempre con gran sinceridad: ser parte de esa generación es para mí uno de los elementos de mayor orgullo.
Con la mirada del 2020, ¿cuál es tu reflexión respecto del espacio que tuvieron las mujeres en el Saint George en los años en que fuiste estudiante?
-Me sonrío con esta pregunta porque la verdad es que las mujeres de mi generación, si es que en algún momento no tuvieron espacio, pues ¡se lo tomaron! Eran una maravilla, fuertísimas de carácter. Por lo mismo, no eran fáciles. Pero fueron huracanes de energía. Pasionales, inteligentes, supieron completarse. La nuestra fue la generación del famoso experimento en el que nos dividieron por notas. Creo que fue un error académicamente hablando. A nivel humano pensé que iba ser devastador. Pero no fue así. La generación supo mantenerse unida y abatir las barreras que nos habían puesto. Mucho de esto se lo debemos a las mujeres de aquella generación. A pesar de todo, supimos sacarle lo mejor al tema académico, pero lo más importante es que esa generación se unió aún más.
Si tuvieras que escoger una mujer de la comunidad georgiana que te ha servido como un modelo a seguir o que te ha inspirado, ¿a quién escogerías?
-Son muchas. Y para hacerla simple me voy a quedar con las mujeres de mi generación, mis pares. No fueron sólo amigas las que te nombro, sino verdaderos modelos para avanzar en la vida. Parto con la Coca Gómez, por su liderazgo, carisma e inteligencia. Supo reconocer en quienes la rodeaban los atributos y debilidades, en razón de ese balance montó equipos, proyectos comunes, competencias, actividades. Francisca Yunis, cuya sensibilidad es abismal. La simpleza de la Fran en manejar temas complejos y actuar y convencer fue algo fundamental en nuestra generación. Daniela Lira, por ejemplo, era la portavoz de quien temía alzar la voz. Supo poner sobre la mesa temas difíciles y construir en equipo las soluciones a problemas. Las artistas nos dieron el alma. Y aquí son varias, todas las de arte y teatro. Es que más recuerdo y surgen más y más nombres. Nuestra generación de mujeres fue un maravilloso ramillete de flores.
¿Qué tema o foco debería estar en el centro del evento de los 50 años de la llegada de mujeres al colegio?
-La violencia sobre la mujer, y eso lo pueden hacer focalizándose sobre la igualdad entre niños y niñas. Es en el colegio donde aprendemos desde bien chicos que tenemos los mismos derechos y debiéramos tener las mismas oportunidades. La violencia sobre la mujer es un tema que si se resuelve bien ni siquiera habrá nunca más que hablarlo, porque no existirá. Es un tema que nace de la disparidad y obviamente forma parte de una cultura machista ancestral. El colegio tiene que ser un lugar de tolerancia, respeto y seguridad para todas las niñas, futuras mujeres, futuros pilares de nuestra sociedad.
Y para terminar: ¿qué es ser una mujer georgiana?
-Una mujer georgiana es aquella que sabe lo que vale y sabe posicionarse con inteligencia emotiva y racional, y siempre con respeto. Es una mujer humilde, sin actitudes arrogantes, que vela por el bien de los demás y lucha contra las injusticias. Una mujer que sabe escuchar a los demás y construir y proponer soluciones. Es una mujer resiliente, que busca en lo que hace un bien mayor, un bien de comunidad. Es una mujer sensible y creativa, enérgica y pasional. La que tiene aptitudes naturales se convertirá también en una mujer líder. Una mujer georgiana reconoce en el hombre un amigo y un par.