El coronavirus causó estragos globales en todos los niveles, afectando incluso a quienes no sufrieron la enfermedad. Todos hemos sufrido las consecuencias de la pandemia, incluso quienes integran comunidades como la georgiana, donde estamos enfrentando casos que se suman a la debacle económica que supone la falta de cobertura médica, especialmente en materia de salud mental.
Desde OGA los invitamos a sumarse a una campaña de apoyo a una familia que se ha visto impedida de pagar la deuda que dejó la internación de uno de sus seres queridos y a compartir sus experiencias y testimonios en el espacio #HablemosDeSaludMental en nuestras redes sociales.
Aunque la economía brinda señales de recuperación, hay indicadores que, al menos en nuestro país, seguirán siendo preocupantes en el periodo post-pandemia: la salud mental de las personas, un panorama que ya inquietaba a los expertos antes de que el coronavirus se extendiera por el globo. En definitiva, las necesarias restricciones de movilidad provocaron un alza y un agravamiento de aquellas enfermedades que son propias en contextos culturales que sacralizan el éxito económico y el crecimiento como único indicador de bienestar humano.
El psiquiatra Fernando Rosselot (OG 1977) analiza un triste ranking que nos recuerda que Chile está en el top 10 de suicidios en las Américas, y esta realidad, al menos en su experiencia, comienza a afectar a las personas a muy temprana edad en vista de un “modelo educativo chileno centrado en el rendimiento y no brinda espacios para desarrollar espacios artísticos, culturales y sociales que son fuente de gratificación y felicidad”.
Y agrega: "En esta formación donde prevalecen la producción y el rendimiento, al final vemos que la persona que no es buena para las matemáticas o esa persona que no puede ser abogado, al final lucha toda la vida con una sensación de desvalorización, fracaso o incomprensión que se profundiza en ambientes familiares menos amorosos”.
Los más afectados por la pandemia
Hay un grupo de personas que las tiene muy difíciles, afirma la psicóloga clínica María Isabel Moure (OG 1981). “Atiendo jóvenes y adultos y en los jóvenes hemos visto muchas crisis de ansiedad realmente enormes, muchos ataques de pánico. En el fondo se han gatillado traumas y problemas que venían de antes, y esos problemas empiezan a manifestarse corporalmente. Ni hablar de cómo se agravó la violencia intrafamiliar”.
María Isabel Moure, psicóloga clínica.
Lo peor es que el desconfinamiento no asegura que se revierta este empeoramiento generalizado en la salud mental de las personas.
“He atendido a muchas niñas y niños que han empezado con dificultad para salir de casa ahora que se empezaron a abrir los espacios. Debemos salir para rehacer nuestras vidas, pero resulta que aún podemos contagiarnos, y eso genera incertidumbre”, agrega la especialista.
El doctor Rosselot complementa: “El encierro afecta mucho a los jóvenes en momentos en que la socialización entre pares es clave en la formación de la personalidad, gatillando conflictos existenciales profundos donde se acaba imponiendo el sinsentido. Y si uno le mete el componente del encierro con familias donde hay una tensión muy alta, entonces tenemos la tormenta perfecta”.
Aun cuando no se ha hecho la estadística post-pandemia, Fernando Rosselot nos cuenta que se estima que “el índice de suicidios infanto-juveniles aumentó a más del doble en el período de la pandemia”.
“Efectivamente, todos mis colegas psiquiatras y los psicólogos están muy copados porque el nivel de malestar emocional en una parte muy importante de la población es altísima. Lo más frecuente es ver cuadros predepresivos: personas que no se han construido una depresión hecha y derecha, pero que están con dificultad de disfrutar, con una sensación de desánimo, durmiendo mal, como viendo la vida en blanco y negro”, explica.
“En los adolescentes, el que no puedan conectarse con su red social los empuja a la adicción a la pantalla. Los universitarios jóvenes también, esos que están en segundo año de la carrera y no han conocido a sus compañeros”, comenta Rosselot.
Secuelas que no distinguen por clase social
Nadie salió indemne de esta crisis sanitaria mundial. El empeoramiento en la salud mental de chilenos y chilenas se suma así a la extensa lista de secuelas que nos deja el Covid-19.
La psicóloga María Isabel Moure ha observado este fenómeno de cerca dentro de la comunidad georgiana, pues es una de las especialistas que apoya a OGA en la atención de compañeros y compañeras que lo necesitan. “Algunos de quienes ya estaban en terapia conmigo pudieron incluso irse de alta durante la pandemia. Hay otros que venían con una depresión súper grande y pudieron salir adelante, mientras que se sumaron casos que han tenido efectos secundarios a causa del Covid-19. Es decir, sufrieron la enfermedad y tienen secuelas físicas que se juntan con temas económicos y con el miedo a salir de casa”, relata.
“Con tratamiento y con terapia claramente sales adelante. El problema es que para eso tiene que haber una economía que los sostenga y no siempre ello se cumple”, agregó.
Rosselot sostuvo que “las personas que han tenido un impacto muy importante en su fuente de ingresos se han visto enfrentados a una catástrofe en la organización de sus vidas”.
“Pero incluso quienes no han sufrido esta catástrofe económica terminan cargando con un nivel de estrés y angustia enorme. Por ejemplo, los niños más chicos no entienden que el papá y la mamá están en casa pero no pueden atenderlos porque están trabajando. Papás y mamás entonces no pueden hacer bien ni lo uno ni lo otro”, agrega.
Fernando Rosselot, psiquiatra
Que ningún Old Georgian se sienta solo
Mercedes Jiménez, asistente social de OGA, destacó el rol que juega la comunidad y las distintas generaciones de georgians a la hora de socorrer a personas cuya salud mental se ha visto severamente afectada y que tocan la puerta de la asociación en busca de ayuda:
“Desde la pandemia estamos atendiendo a muchas más familias que están en situaciones críticas por falta de trabajo, por situaciones que han sido muy complejas y difíciles debido precisamente a todo lo que está pasando. Eso ha derivado en que hemos tenido que pedir ayuda psicológica para varios de ellos”.
“Existe desde OGA una preocupación por la salud mental y por ello tenemos psicólogos que colaboran con esta labor, sobre todo porque sabemos que es un ítem que muchas personas no pueden pagar y para la recuperación de esas personas es indispensable una terapia”, explica la profesional.
Mercedes Jiménez, asistente social de OGA
“Desde ‘Ayuda Fraterna’ examinamos cada caso y movilizamos a los psicólogos georgianos que trabajan pro-bono con nosotros o que realizan atención psicológica a un precio mucho menor. Tenemos también casos en los que hemos tenido que recurrir a otras instituciones porque hay problemas que son de salud mental un poco más complejos, como temas de adicciones, y eso ha requerido también el apoyo de otros profesionales más especializados”, añade Mercedes Jiménez.
Un ejemplo de esta ayuda es la campaña que hoy OGA está impulsando para apoyar a una familia georgiana que, tras superar una hospitalización psiquiátrica hoy está enfrentando una deuda de 22 millones de pesos por la escasa cobertura de los planes de salud a este tipo de enfermedades. Si quieres saber más y colaborar puedes hacerlo acá.
Una invitación a darle una vuelta al tema
A todos nos puede tocar. De hecho, todas las personas se ven enfrentadas a problemas de salud mental a lo largo de sus vidas. Mientras no tengamos un sistema de salud a la altura de las exigencias del siglo XXI, casos como el de nuestro compañero georgiano seguirán demandando la ayuda solidaria de todos y todas. No hay otra opción.
Lamentablemente, aquello que parece de sentido común choca de frente con el muro de los tabúes. Las personas que acusan problemas en la salud mental suelen ser estigmatizadas en países como el nuestro, donde la salud mental no se encuentra entre las prioridades de las políticas sanitarias. Son problemas que se ocultan, acaso porque este tipo de enfermedades suponen un impacto en la capacidad productiva del individuo, lo que a su vez puede repercutir en la pérdida de estatus social.
Sin embargo, la negación y el ocultamiento sólo agravan el problema. “Cuesta entender que las enfermedades mentales no pasan por la voluntad. La persona está con una depresión y sus cercanos se preguntan por qué no se levanta. ‘Pero qué flojo, por qué no atina, cómo se dejó llevar hasta este extremo’. Hay una exigencia desmedida”, indica la psicóloga María Isabel Moure. “Las personas que, por otro lado, cuentan con redes de apoyo y la debida comprensión no ven aún más agravada su condición de salud”, añade.
El psiquiatra Fernando Rosselot invita a conversar abiertamente de este tema, a sacarlo finalmente del catálogo de tabúes que toda sociedad tiene. “Necesitamos hablar de aceptación, tolerancia, acompañamiento, de tener conductas más amorosas entre nosotros. Eso suena muy cliché, pero va por ahí”, afirmó. “Por eso me inquieta cuando uno escucha los discursos predominantes ahora, todos tan odiosos, tan despectivos y polarizados. Parece que es muy complicado entender al que piensa distinto”, sostiene.
La recuperación del espíritu comunitario resulta clave para superar problemas que parecen individuales, pero que poseen una dimensión evidentemente social. “Los mismos georgianos que piden ayuda están muy agradecidos porque las sesiones psicológicas y la derivación a los profesionales ha sido fundamental para poder realmente avanzar y poder salir adelante”, explica la asistente social de OGA Mercedes Jiménez.
“Muchas de esas personas logran también recuperar otros ámbitos de su vida, como sus relaciones familiares, el tema laboral, que también estaban afectados porque la persona no estaba bien. Cuando no estamos bien de salud mental nos vemos impedidos de tomar las riendas de nuestras vidas”, concluye.