Lili Vildósola egresó en 1983 y su talento en matemáticas la llevó a estudiar Ingeniería Eléctrica y luego a trabajar en industrias como la banca y la minería, destacando siempre por su liderazgo y conocimientos. Es especialista en Recursos Humanos y, desde esa experiencia, aquí nos habla de los desafíos y del camino que aún queda por recorrer en materia de igualdad e inclusión.
Luego de egresar del colegio en 1983 vino a tomar plena conciencia de las dificultades que tienen las mujeres para desarrollarse en el ámbito académico y profesional. “Entré a estudiar Ingeniería Eléctrica en la Universidad Católica y ni siquiera teníamos un baño. Luego, terminé trabajando en el área informática y esa sensación se agravó. Trabajé en la banca, y no faltó quien cuestionara que pudiera asumir como agente porque ‘cómo iba a ir a un cóctel si tenía niños en casa…’. En el fondo el mensaje era ‘quédate ahí, no tomes más responsabilidades’, bajo la idea de que era por mi bien”, señala Lili Vildósola, gerenta de Personas, Comunicaciones y Tecnologías de la Información de Alxar, empresa minera perteneciente al grupo Copec.
Lo que le tocó vivir en la minería fue peor, pero aún así no cejó en su empeño de abrirse paso en mundos donde “te hacen sentir sutilmente que no eres de ahí, que ese lugar no te corresponde”.
“Al comienzo me decían ‘oiga mijita’, y ese ‘mijita’ es algo que te tira para abajo. A los hombres no les dicen ‘mijito’. Un día le paré el carro a alguien que me dijo eso y me respondió ‘pero si es de cariño’. En otra empresa me reunía con los gerentes y de los 11 ahí presentes yo era la única mujer. Ni te cuento las conversaciones con garabatos que me tocó escuchar. Garabatos fuertes. Hasta que un día me retiré en protesta por el lenguaje y se excusaban diciendo que ellos no estaban acostumbrados a trabajar con mujeres. Con mujeres o sin mujeres, ese lenguaje es impropio ya que es un espacio de trabajo, les dije”.
Lili tiene seis hijos (dos mujeres y cuatro hombres, todos en el Saint George) y recuerda cómo “en el colegio tenía puros amigos hombres, siete u ocho, todos apañadores".
"Sólo al salir del colegio y entrar a la universidad le tomé el peso a la situación de ser mujer. De ahí en adelante empecé a tener más vínculos y apoyos con las mujeres. Hoy, en la industria minera, sólo las grandes empresas empujan planes de inclusión ambiciosos. Las pymes aún son muy machistas. Pero ha costado mucho. Una vez escuché a un gerente cuestionar el aumento de dotación femenina porque, según él, no necesitábamos más secretarias”.
¿Qué rol jugó el colegio a la hora de construir la mujer que eres hoy?
Fue determinante. Aunque éramos pocas mujeres, una se sentía de igual a igual jugando al caballito de bronce, a la pelota, en fin. Haber estudiado en el colegio me ayudó mucho a no ver ninguna opción de carrera como imposible de estudiar por el hecho de ser mujer.
¿Cuál es el espíritu que te gustaría heredar a las próximas 50 generaciones de mujeres del Saint George?
El espíritu que te ayuda a no renunciar ni hacerle el quite a las cosas aunque sean complicadas de enfrentar, ese espíritu que lleva a formar ciudadanos competentes y cristianos comprometidos. Aunque yo no participé mucho en la Iglesia, me gusta la formación valórica y moral, el hecho de que se estimule la formación de opinión y una postura frente a los temas del país. Me gusta ese espíritu que impulsa a disentir con respeto y tener espíritu crítico, incluso de los eslóganes que marcan una época.
¿Cuál crees tú que es el sello de la mujer georgiana?
Toda mujer georgiana sabe que es igual de capaz que un hombre y que puede ser lo que quiera en esta vida. Eso explica que haya una diversidad de ocupaciones y profesiones pero todas tengan esa fuerza de trabajar por un sueño. Ninguna mujer georgiana dejará de estudiar una carrera sólo porque pudiera interferir con su rol de madre y esposa.
Con la mirada del 2020, ¿cuál es tu reflexión del espacio que tuvieron las mujeres en el colegio?
No podemos decir que los espacios para nosotras eran iguales a los que tenían los hombres, además porque la sociedad era otra. O sea, no era extraño que surgiera por ahí un comentario del tipo “qué importa que no aprenda matemáticas, porque sabemos que después se va a casar”. O bien podía ocurrir que apareciera un profesor que podía bromear con que éramos “burracas”, una mezcla entre burras y urracas, y urracas porque éramos buenas para hablar. Así y todo, el colegio era el espacio más igualitario que me tocó conocer, donde se valoraba la opinión de los alumnos y las alumnas. En eso era revolucionario. En otros colegios de mi época nadie podía discutir las decisiones que tomaban los profesores, por mucho que fueran injustas.
¿Qué mujer georgiana te gustaría destacar?
Aunque fui de juntarme con hombres, me parece que la periodista Mónica Pérez es una mujer muy chora. Iba un curso más abajo y fue candidata a presidir el Centro de Alumnos, pero perdió con Claudio Orrego. Me parece que fue la primera en asumir el desafío. También Andrea Guzmán, que murió hace algunos años debido a una enfermedad neurológica degenerativa (esclerosis lateral amiotrófica) y que escribió el libro “Diario de mi Sombra”, que pudo ver la luz gracias a sus hijas… Ella dejó una enorme huella en todos.
¿Dónde debería estar el foco del evento para conmemorar los 50 años de la apertura del Saint George a las mujeres?
Está bien celebrar, pero de alguna forma este proceso no está concluido. Todavía falta. No sé qué es con exactitud, pero el colegio todavía sigue siendo identificado como colegio de hombres. Hoy todavía entran más hombres que mujeres, y conozco a familias que ponen a sus hijos en el Saint George y a sus hijas en el Villa María Academy. Hay algo ahí que vale la pena investigar. Quizás es la imagen, y en ese sentido quizás el hecho de que predominen los deportes identificados como disciplinas masculinas tenga algo que ver. No lo sé. Pero falta avanzar todavía para una integración total.
¿Qué es para ti ser una mujer georgiana?
Una persona que mira a los demás como iguales en dignidad, a hombres y mujeres, independiente de sus ocupaciones, profesiones y posiciones en la sociedad. Una mujer georgiana espera hacer un aporte en pos de una sociedad mejor, pero parte primero por ella misma. No espera a empujar cambios en la superestructura.