Apertura y cultura de diálogo con quienes piensan diferente son dos de los temas clave para el Chile que viene según la periodista y socióloga Magdalena Browne Monckeberg. En esta entrevista, nuestra compañera nos cuenta por qué mira con optimismo, aunque expectante, los tiempos que corren.
Generosidad y vocación por el diálogo, para empatizar con quienes han tenido otras experiencias de vida, serán fundamentales para el Chile que viene, reflexiona Magdalena Browne (MOG 1989), periodista, socióloga y decana de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.
“No hay espacio ni ámbito que hoy no enfrente un escenario de cambio: la comunicación, el periodismo, la política, la sociología, la academia, la empresa, etc. Y para eso es fundamental la cultura de diálogo que, a mi juicio, es parte del legado del Saint George”, señala.
“Me tocó vivir mis últimos años en el colegio en un momento complejo políticamente: fines de la dictadura, era la época del plebiscito... Ahí aprendí que una podía establecer un diálogo con personas que tenían ideas distintas y otras experiencias de vida. Tenía un grupo de amigos con distintas miradas; algunos provenían de familias que venían llegando del exilio, mientras que otras apoyaban el gobierno de Pinochet, y el colegio fue capaz de crear una cultura de entendimiento donde pudieran converger ideas no siempre afines entre sí”, recuerda.
Dice estar optimista pero expectante, o, dicho de otra forma, mira con esperanza el nivel de apertura y madurez de la sociedad chilena a fin de favorecer un intercambio de ideas en un marco de respeto y generosidad para replantear paradigmas que, a estas alturas del siglo XXI, están completamente superados.
“Estamos replanteando muchas prácticas tradicionales. Lo que ha pasado en estos últimos 12 meses, incluyendo la pandemia, ha contribuido a acelerar esos procesos de revisión. Vamos a requerir liderazgos distintos, menos verticales, más humildes e inspiradores, y también más dispuestos a abrirse a la diversidad cultural y la diversidad de saberes y disciplinas”, indica la profesional.
En tu trabajo se intersecta el periodismo, la sociología y la academia. ¿Cómo ves al país desde allí?
Ojalá seamos capaces de encauzar el diálogo con los representantes en el proceso constituyente para fijar un marco institucional más legítimo.
También será importante la mesura en cuanto al juicio que tengamos de lo realizado en los últimos 30 años. Sí, hubo avances en los últimos 30 años, pero también esos avances generaron enormes tensiones. Muchos están mejor que sus padres, muchos salieron de la pobreza, pero se encuentran en una situación de fragilidad. No estoy de acuerdo con una mirada tan en blanco y negro. No fueron 30 años perfectos, pero no todo fue malo. Todo tiene matices, por ende, es momento de identificarlos. Pero, al mismo tiempo, tenemos enormes desafíos socioeconómicos y urgencias provocadas por la pandemia y cómo los encaramos con medidas plausibles pero responsables.
También hay otros desafíos: recomponer los niveles de confianza, que son bajos en relación a las instituciones, pero también desde una perspectiva interpersonal. Sólo con mayores niveles de confianza podemos avanzar y lograr mayor cohesión social.
¿Qué tan importante es tener una perspectiva de género en el Chile que vamos a construir?
Soy de una generación en el Saint George que me ayudó a no sentirme nunca discriminada por ser mujer. Todas tratábamos de igual a igual con los hombres. En mi caso, no sentí que los profesores y nuestros compañeros hicieran diferencias con nosotras, las mujeres. No obstante, eso no es igual a lo que se vivía en el resto de Chile, o bien en otras organizaciones e instituciones educacionales.
Es importante seguir trabajando para que se favorezca la inserción y desarrollo laboral de las mujeres, visibilizar y valorar más su aporte, evitar sesgos y empujar prácticas que equilibren los roles en lo público y lo doméstico para hombres y mujeres, entre tantos otros temas. Esto aún más en los tiempos que corren.
Una mayor presencia femenina en la fuerza laboral, significa mujeres más autónomas y hogares con mayor estabilidad socioeconómica; más mujeres insertas en los distintos campos y niveles de decisión, permiten mayor diversidad de miradas en las diferentes organizaciones –sean universidades, empresas, organismos públicos o partidos políticos-, lo cual resulta fundamental para comprender e interactuar con entornos más complejos, cambiantes e inciertos como los que vivimos.
¿Qué rol jugó el colegio en tu formación?
Fue un lugar súper querido para mí. Siempre el primer espacio de contención es la familia, pero hubo muchos cambios en ese momento de mi infancia, y siempre sentí al colegio como un espacio de contención y libertad. Inspiró en mí ese sentido de búsqueda, esa inquietud por hacer cosas nuevas e interesantes, y al mismo tiempo me sentía acogida. No lo viví como una exigencia. Soy una georgiana agradecida de la formación que recibí de profesores, compañeros, de todos…
¿Cuál fue el sello de las mujeres de tu generación?
En mi tiempo no éramos mayoría, pero ya éramos una proporción importante del alumnado. Cada vez más fuimos ganando terreno y nos sentimos con una voz propia. Muchas teníamos la imagen de nuestras madres, mujeres con roles muy potentes, cosa que quizás no veíamos en otros colegios más tradicionales del sector. A nuestra generación le tocó hacer frente a transiciones complejas. El proceso de buscar un balance entre familia y trabajo es difícil, lo vivimos con mucho sentimiento de culpa; culpa de dejar a la familia por una mayor demanda de trabajo y culpa respecto del trabajo por atender urgencias del hogar. En eso, los apoyos mutuos y una división de roles equilibrada son fundamentales. Realicé estudios de postgrado fuera de Chile con mi hija muy chica, pero conté con el apoyo de mi marido quien suspendió sus propios planes laborales e hicimos de esa estadía un proyecto conjunto.
¿Cómo ves ahora, con la mirada de 2020, el espacio que tenían las mujeres cuando fuiste alumna?
Yo estudiaba en el colegio cuando estaba naturalizado el piropo ofensivo en la calle o el prejuicio acerca de las capacidades de las mujeres. Sin embargo, era un espacio diferente, donde me sentí muy acogida y libre. Nunca sentí que un profesor no creyera en mis capacidades, menos mis compañeros. El colegio me formó confiada, empoderada, pero también responsable.
¿Qué mujer georgiana te ha inspirado?
Mis compañeras, mis pares. No tengo el gran modelo de mujer georgiana, porque creo en los liderazgos más intermedios, mujeres que tal vez no están en los rankings ni en altas posiciones de poder, sino que están haciendo ese pequeño gran aporte cotidiano. Siento un afecto especial hacia mis compañeras que son artistas, que son profesionales, ejecutivas; las que empujan su emprendimiento, las que viven con un propósito, que son persistentes ya que, si bien el colegio tiene condiciones favorables y sus alumnos provienen de familias con un mejor pasar, ello no impide que al mismo tiempo haya alumnos y alumnas con experiencias de vida difíciles. Mis profesoras nos formaron como personas seguras de nosotras mismas y diversas, y esa diversidad ha sido una de las grandes riquezas que me dejó el colegio.
¿Cuál es el espíritu georgiano que te gustaría traspasar a las próximas 50 generaciones de mujeres?
La diversidad de pensamiento. No es diverso un espacio cuando todos piensan igual. El Saint George nos ayudó a entender el liderazgo de una manera distinta a como se entiende en otras instituciones, donde es sinónimo de éxito individual, de conquistar altas posiciones. Gracias al colegio, creo en liderazgos que valoran más la cooperación que la competencia, siempre capaces de empatizar y de ponerse en el lugar del otro. Ese espíritu de valoración por lo colectivo es algo que me gustaría traspasar a las próximas generaciones.
¿Qué es ser una mujer georgiana?
Una que expresa sus ideas y puntos de vista con pasión y asimismo busca ser dialogante. Es una mujer que impacta en las vidas de otros a través de acciones cotidianas, y que se preocupa de hacer una contribución social en distintos campos. Una mujer motivada –ya sea con el arte o la literatura, con el campo del saber, la ciencia, o con su emprendimiento-; en fin, involucrada con lo que ocurre más allá de su espacio.