No es una exageración: el Consejo Nacional de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, es el organismo que acompaña y asesora el diseño de políticas públicas orientadas a refinar y enriquecer el espíritu de las personas, una condición importante en aras del anhelado desarrollo de Chile.
Socióloga y cientista política, Maite de Cea Pé, egresada en 1993, trabaja a diario para demostrar que el crecimiento económico no valdrá de nada sin cultura, ya que sin cultura no hay diálogo entre personas y entre comunidades, que es la base para el respeto y la buena convivencia. Asimismo, sólo con cultura podremos cerrar las brechas existentes, incluyendo las de género, según nos recuerda esta académica, quien destaca las experiencias vividas en el Saint George como inspiración de su labor docente e investigativa.
La cultura no es un objeto suntuario ni prescindible en momentos difíciles, sino que es tan importante como el PIB. La cultura es civilizatoria por cuanto refina nuestro espíritu, facilita la convivencia al expandir las fronteras de nuestra mirada, al tiempo que nos conecta con nuestro entorno en base a valores éticos y estéticos compartidos por la comunidad. La cultura nos aporta una sensibilidad indispensable para construir sociedades cohesionadas y prósperas, y es gracias a ella que generamos entornos acogedores y mayor calidad de vida. En Chile tenemos un grave problema cultural, toda vez que hay sectores que han dejado de reconocerse y de dialogar entre sí.
“La cultura es el conjunto de valores, de prácticas y comportamientos, así como las reglas que nos ordenan y dan un marco de convivencia. La cultura nos da un sentido de pertenencia a un espacio compartido. La cultura fortalece el tejido social y construye convivencia”, dice Maite De Cea (MOG 1993), quien trabaja en una de las instancias más importantes para el desarrollo de Chile, aun cuando no ha tenido todo el reconocimiento social, político y presupuestario que se merece: el Consejo Nacional de las Culturas, Artes y el Patrimonio, entidad que acompaña en el diseño de políticas públicas.
"La cultura es rememoración, pero también es sentido de pertenencia y es anhelo de transformación. Es decir, es una dimensión fundamental en el desarrollo humano y por lo tanto debe ser parte del proyecto de sociedad que queremos. La convivencia es, o debe ser, sinónimo de diversidad, participación y deliberación. Hoy esa convivencia está quebrada, no logramos entendernos y debemos pensar en recomponer ese pacto. Tenemos que encontrar el modo cómo se resuelve una larga crisis de convivencia, de valores, de instituciones, de proyecto como país, entendido como territorio. Y eso es un problema eminentemente cultural", agrega esta georgiana, para terminar de aclarar cuán importante es la cultura para el progreso de la humanidad, toda vez que agudiza nuestra capacidad de comprender los fenómenos que tienen lugar en una sociedad compleja.
¿Qué rol jugará la Cultura, así en mayúsculas, en el diálogo constituyente que se avecina?
Hoy tenemos la posibilidad de pensar en un nuevo Chile. El arte y las manifestaciones culturales nunca han estado fuera de los procesos políticos ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. Recordemos lo importante que fue la cultura en el proceso de retorno a la democracia. Creadores y creadoras, artistas y cultores tuvieron, tienen y tendrán un rol fundamental de traductores y traductoras de la realidad a través de su arte. Literatura, cine, música, teatro, circo, artesanía son parte del proceso socio histórico que estamos viviendo.
Eres socióloga y doctora en Ciencia Política. Hace un año eres la directora general de investigación y doctorados de la Universidad Diego Portales, además de investigadora principal del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) e integrante del Consejo Nacional de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. ¿Cómo ha sido trabajar en la intersección de las ciencias sociales y la cultura?
El arte y la cultura han estado presentes en mi vida desde siempre. Por mi familia materna mi abuelo era pintor y mi hermano y varios primos siguieron sus pasos. Por el lado paterno, varios concertistas en piano y guitarra y una prima violista. A mí me gustaba mucho cantar (de hecho, hasta ganamos el festival de la canción de la semana georgiana cuando estábamos en Cuarto Medio, cuando un grupo de compañeras y compañeros nos atrevimos a subirnos al escenario y competir con la canción “En todas las esquinas”, de Congreso) pero era muy tímida, así que lo dejé ahí... La música, las artes plásticas, el cine y la literatura formaban parte de nuestras conversaciones cotidianas. Tuvimos la suerte de viajar y vivir en Canadá por estudios de mis padres a fines de los años ‘70 y comienzos de los 80, lo que sin duda marcó mi decisión, casi natural, de partir a estudiar apenas terminé la universidad en Santiago. Francia, país cultural por excelencia, me recibió durante 5 años, lo que permitió empaparnos de conciertos, festivales, exposiciones y obras arquitectónicas.
¿Y cómo llegaste a la sociología?
Decidí estudiar sociología en Chile porque me gustaba mucho la historia, la economía, la política y la cultura. Conocer distintos procesos históricos y transformaciones sociales en distintas partes del mundo podrían ayudarme a comprender la sociedad en la que vivimos. Luego, en el postgrado en Francia, me dediqué a responder la pregunta de por qué en Chile se había optado por crear un Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en 2003. Aventuré la articulación de diversas dimensiones; una histórica, una política y una última más identitaria. Así que nunca dejé mi interés por la cultura, pero lo abordé como espectadora, desde la investigación en ciencias sociales. Al inicio en temas principalmente de políticas públicas y de institucionalidad cultural y luego, como continuidad de mis estudios doctorales, comencé a estudiar la forma de relacionarnos con otros pueblos en Chile y en pensar en dar pasos hacia un reconocimiento de múltiples pueblos que tienen derecho a desarrollarse en este estado. Terminé juntando mis dos líneas de investigación: políticas culturales y reconocimiento de pueblos indígenas. Hay mucho por investigar aún en ambas líneas.
¿Cuáles han sido tus mayores alegrías y logros durante tu carrera?
He tenido muchas alegrías a lo largo de mi carrera. Vivir afuera y conocer otro tipo de educación, otra disciplina, compartir con estudiantes de muchas nacionalidades, con intereses diversos, con historias personales opuestas. Crear amistades que duran hasta hoy. Obviamente que también lo es el hecho de terminar mi doctorado, insertarme en el mundo académico, aprender a trabajar interdisciplinariamente y colaborativamente. Es un desafío enorme, pero que cuando se logra, solo ves los beneficios que ello aporta a la comprensión de nuestra sociedad y a seguir haciéndonos preguntas grandes para responderlas entre muchos y muchas. Por último, haber pasado por distintos ámbitos de la vida académica, desde docente, investigadora, directora de un magister, directora de un instituto y finalmente, directora de investigación y doctorados de la UDP, que me recibió desde que volví de mi doctorado.
¿En qué medida el Saint George te ayudó a valorar la cultura y las artes?
En el colegio tuvimos excelentes profesores y profesoras de arte, de música, y talleres de cine, literatura y de filosofía. Mi generación, la del ‘93, estaba repleta de futuros grandes artistas: actrices, pintores/as, diseñadores/as, músicos/as, arquitectos/as. Era un entorno sensible y privilegiado para echar a correr la imaginación.
¿Qué rol jugó el colegio en construir la mujer que eres hoy?
El colegio me entregó un abanico de oportunidades y una gran responsabilidad. Sin desconocer nuestro absoluto privilegio en el sistema educativo nacional, nos enseñaron que debíamos desarrollar al máximo nuestras capacidades, fueran las que fueran, y que intentáramos contribuir en hacer de Chile un mejor lugar para todas y todos. Mi grupo de mejores amigas del colegio es el mejor ejemplo de esta diversidad: la Panchi Arellano se decidió por el arte, la Carola Kunz por la arquitectura. La Moni es psicóloga y estudió en Europa en los mismos años que me tocó estar allá, así que pudimos compartir eso juntas. La Lore Hachim es ingeniera forestal y la Clau Darrigrandi empezó con historia y se doctoró en literatura latinoamericana en Estados Unidos. Y seguimos siendo tan amigas como hace más de 25 años. Eso da el Saint George: amistades duraderas, sentido de la responsabilidad y permitir creer en nosotros y en los otros.
Y con esa experiencia, ¿cuál es el espíritu georgiano que te gustaría entregar a las próximas 50 generaciones de mujeres?
"Si tuviera que pensar en un espíritu del colegio para las mujeres de los próximos 50 años, creo que sería el de no claudicar por sus derechos, de pelear por todo lo que crean es injusto e intentar aportar en la solución de esos problemas sociales".
¿Cuál crees que fue el sello de las mujeres de tu generación?
En mi generación hubo mujeres muy potentes, tanto durante nuestra escolaridad como después, en sus distintos ámbitos laborales, personales y profesionales. Tuvimos presidenta del Centro de Alumnos, grandes deportistas, artistas y varias intelectuales. Si miro para atrás y siendo plenamente consciente de lo difícil que es en general para las mujeres desarrollarse plenamente en la vida, creo que la nuestra ya era una generación de mujeres que no se quedó atrás y que peleó por participar de distintas instancias de la vida del colegio. Sabíamos hacernos escuchar en un colegio que tradicionalmente había sido de puros hombres.
Si tuvieras que escoger una mujer de la comunidad georgiana que te ha servido como un modelo a seguir o que te ha inspirado, ¿a quién escogerías?
Son muchas las mujeres de la comunidad georgiana que me marcaron de algún modo, pero también hay hombres. Mi profesora de Castellano Oriana Martínez, quien nos inculcó el amor por la lectura y el mundo del drama; Purísima Báez, que en su modo particular supo fascinarme con la historia universal (sobretodo con esos mapas de Europa que dibujaba y pintaba a tiza en el pizarrón completo para enseñarnos sobre imperios, pestes, trueques y guerras); Ximena Carreño, con su modo amable y cercano de enseñarnos matemáticas; la Adriana y la Vero, entrenadoras de atletismo y basquetball; y las profesoras de arte Monique, Pilar y Javiera. Se me deben quedar muchas en el tintero. Tengo muy buenos recuerdos de todas ellas.
¿Qué tema o foco debería estar en el centro del evento de los 50 años de la llegada de mujeres al colegio?
"Creo que la igualdad y el terreno avanzado en derechos de las mujeres. El Saint George debe ser un espacio seguro para sus estudiantes, profesoras, administrativas y auxiliares. Siempre se puede hacer más en este ámbito, mostrándole a las niñas que ingresan que nuestro colegio es un espacio donde niños y niñas tienen las mismas opciones. Que esto sea la norma, no la excepción".
¿Qué es ser una (mujer) georgiana?
•Quizás algo que nos caracteriza, pero no estoy segura que sea por ser mujer sino por ser parte de la comunidad georgiana, es la naturalidad con que nos relacionamos con colegas, amigos y pares hombres. Nunca ha sido una dificultad compartir o trabajar con ellos. Eso debe pasarle también a los hombres del colegio con otras mujeres. Que hayamos tenido que convivir 12 años de colegio juntos facilita enormemente el modo de relacionarnos y de mostrarle a nuestros hijos e hijas que eso es lo natural, que así debe ser.
Y finalmente, ¿cómo aporta la cultura a esta convivencia?
No es posible pensar el convivir, es decir, vivir juntos sin las culturas, las artes y el patrimonio. Me atrevería a ir más allá y hablar entonces de buscar y aspirar a una ciudadanía intercultural, donde quepamos todos y todas, ya sea migrantes, chilenos y chilenas, indígenas y afrodescendientes. Un territorio donde aprendamos a relacionarnos, a conversar, a interactuar en la diferencia y reconocernos como distintos. El proceso constituyente es un lindo desafío para poner esto en práctica. Como consejo nacional de las culturas, las artes y el patrimonio intentaremos aportar durante los próximos meses en la discusión sobre el lugar de las artes, las culturas y el patrimonio en la redacción de una nueva constitución para Chile.