Esta no es la historia de María José Valenzuela (OG 2003), sino más bien la de una de las familias que se suman al programa “Familias de Acogida”, un esfuerzo de trabajo colaborativo para palear la crisis aguda que sostenemos como país en relación a la protección de los derechos de niñas y niños.
Hay una conversación pendiente en torno a los cuidados que debemos brindarles a quienes no están en condiciones de valerse por sí mismos, así como de la imperiosa necesidad de avanzar en la protección integral de la infancia. Mientras Chile debate en torno a un sistema de protección social que todavía está en pañales, se abre un camino que apela a la solidaridad de personas dispuestas a proteger a niños y niñas que han sufrido tal vulneración de derechos que resulta indispensable separarlos de sus familias, y evitar su institucionalización, en un sistema aún lleno de falencias.
No es cosa fácil ni común abrir tu núcleo familiar para convertirse en una familia de acogida. Pero así lo han hecho alrededor de 4.000 familias a lo largo del país, una de ellas es la de María José Valenzuela, de la generación 2003, quien decidió, junto con su marido, sumarse a un programa del Servicio Nacional de Protección especializada de la Niñez y la Adolescencia, luego de conmoción causada hace algunos años al revelarse los abusos y las insuficiencias en el Servicio Nacional de Menores, (Sename), que en 2021 se reorganizó y rebautizó como Servicio Mejor Niñez.
¿Qué es una familia de acogida y qué requisitos hay que cumplir para transformarse en una?
El programa de familias de acogida externas es una alternativa al sistema residencial de protección de menores, que busca evitar la institucionalización de los niños y niñas cuando han sido separados de su familia por orden del tribunal, a raíz de una vulneración de derechos. Es una medida transitoria, mientras se define si su cuidado definitivo quedará en manos de su familia de origen o si son susceptibles de adopción. Busca entregar a los niños y niñas el espacio de contención, cercanía y afecto que necesitan para su desarrollo en circunstancias en que son particularmente vulnerables. En la práctica, son personas dispuestas a ayudar a transitar un momento de adversidad. Ser una fuente de confianza y cariño.
Es un programa centrado en las necesidades de la infancia, que es bastante complejo de gestionar. Parte de esta complejidad, tiene que ver con contar con familias disponibles para recibir, vincularse, acoger, colaborar con el plan de reinserción y, llegado el momento, despedirse.
Para ser familia de acogida hay que ser mayor de edad y pasar por las evaluaciones del proceso de postulación. La conformación de tu familia no es importante; pueden ser parejas jóvenes, mayores, hétero o homoparentales, mujeres o hombres solteros, con o sin hijos, con diversas realidades socioeconómicas. Tampoco es necesario tener ningún tipo de conocimiento previo a la postulación. Lo importante es estar comprometidos.
No creo que sean familias heroicas, pero sí deben tener claro su rol en una cadena grande de personas movilizadas por la protección de la infancia y estar disponibles para desarrollar herramientas necesarias para el acogimiento.
¿Cómo describirías a tu familia y qué les motivó a ser familia de acogida?
Nuestra familia está compuesta por mi marido José Ramón y yo, nuestros hijos Raimundo, la Candelaria y Beltrán. Somos una familia activa, nos involucramos y participamos de distintas actividades, buscamos espacios para hacer cosas juntos (hacemos deportes, subimos cerros, participamos de actividades sociales, etc). Tratamos de que nuestros niños sean felices con cosas sencillas... que estén en contacto con la naturaleza, con diversas personas, y desde ahí cultivar la empatía. Cada uno aporta algo en la familia desde su individualidad. Raimundo es puro cariño, artista, tremendamente pragmático; la Candelaria es soñadora, detallista, busca siempre la armonía; Beltrán es alegre, creativo, enérgico y José Ramón nos cuida y moviliza a todos. Tenemos una familia extendida numerosa.
Soy la mayor de 9 hermanos/as, muy distintos entre nosotros y cada uno comprometido con sus causas, gustos, colores políticos y formas de vivir la vida. Nos queremos apreciando las diferencias. Y por si fuera poco, decenas de primos y primas, abuelos, abuelas, tíos, tías…todos muy presentes. En la casa de mis papás siempre había espacio para todos. Un puesto en la mesa para el que llegara, una pieza en la casa para que el necesitara. Puede parecer un poco caótico, pero al final todo encuentra su lugar. Heredamos también una vocación social de nuestros papás y abuelos/as. Somos afortunados de tener una red extensa y que sentimos incondicional. Estamos profundamente agradecidos por lo que tenemos y somos conscientes de la trama de vínculos y afectos que nos sostiene.
Cuando hace un par de años estallaron en los medios de comunicación noticias sobre los abusos en el Sename, con José Ramón tuvimos la certeza de que necesitábamos ser parte de una solución. Decidimos salir de la indignación y hacer algo al respecto. Sentimos la urgencia de hacer algo. Nos parecía que el cuidado de la infancia es una responsabilidad que compartimos como sociedad; la familia inmediata por supuesto, pero también la extendida, de organizaciones, del Estado, amigos, conocidos, y un largo etc. Y no podíamos ignorarlo.
Investigando, encontré a una persona que invitaba a una charla informativa sobre familias de acogida que me pareció innovadora e interesante de conocer. Participé de la charla y una cosa llevó a la otra, hasta que nos vimos siendo invitados a capacitaciones y un sinfín de evaluaciones para asegurar que estábamos “idóneos” para entregar a un niño o niña un ambiente seguro para su desarrollo. Pasamos en el proceso un año, y otro año más después de que nos dieron el “apto”. Al pasar el tiempo ya nos habíamos empezado a resignar a que posiblemente no funcionara, y fue cuando nos llamaron: un viernes 3 de enero.
Nos contaron que había una guagua de pocos días que necesitaba con urgencia ser dada de alta de un hospital cerca de Santiago. No teníamos mucha más información, pero nos pidieron que fuéramos a la oficina el lunes para recibir más antecedentes, y que nos hiciéramos la idea de que ese mismo día tendríamos que dar respuesta. Por un segundo nos agobió la inmediatez, no sabíamos si era el minuto, si teníamos las herramientas. Claramente no teníamos ropa, coche, cuna y todo lo que en un embarazo hay tiempo para preparar. Pero al final del día en esto consistía el programa, para esto nos habíamos inscrito… ¿si no era ahora, cuándo?
Fuimos a la oficina el lunes y dijimos que sí. Salimos nerviosos, contentos, sin dimensionar muy bien en qué nos estábamos metiendo. Si bien con los niños habíamos conversado muchas veces de la posibilidad y participaron de las evaluaciones de la Fundación, llegando a la casa ese día les escribimos una carta de parte de la guagua (Julieta), explicándoles que su mamá no podía cuidarla por un tiempo y preguntándoles si podían recibirla como hermana. Después nos sentamos a conversar con ellos y a responder las preguntas que tenían. La Julieta llegó un par de días más tarde con una semana de vida a nuestra casa y estuvo hasta después de cumplir un año.
¿Qué enseñanzas les ha dejado esta experiencia?
Desde el primer minuto se desplegó una red de apoyo conmovedora. La familia, las amigas de la universidad, del colegio, los amigos de la vida, personas de la oficina, incluso desconocidos se dispusieron a ayudar. Quizás ese fue el primer aprendizaje.
Este no es un trabajo solitario. Se hace en red, donde las personas se conectan para acompañar a otros. El segundo aprendizaje es lo revolucionario que puede ser en la vida de una persona el recibir cariño. Vimos a la Julieta transformarse delante de nuestros ojos a punta de paciencia y abrazos. La vimos convertirse en una guagua alegre, que explora el mundo con la seguridad de que nada le va a pasar porque hay ojos siguiéndola de cerca, dormir tranquila de noche, reirse con sus hermanos, confiar.
También vimos a nuestros niños crecer y madurar entorno a esta experiencia. Ceder generosamente espacio a una cuarta hermana, acompañarla, prepararle mamaderas, preocuparse cuando estaba enferma, pasearla con paciencia y quererla como una más. Jamás cuestionaron la decisión, ocuparon con orgullo el rol de hermanos y hermana mayores. Finalmente la experiencia nos hizo creer en las segundas oportunidades. La Julieta volvió con su familia de origen y eso nos llena de felicidad. Su familia trabajó incansablemente para recuperarla, haciéndose cargo de las situaciones que dieron origen a la separación. Nosotros hicimos nuestra parte, sosteniendo a la Juli mientras ellos lo intentaban.
¿Qué es lo más desafiante en este proceso? ¿La bienvenida, el día a día o la despedida?
Lo más complejo para mí en particular fue decidir amar profundamente a otra persona, sabiendo que eso abría una ventana de vulnerabilidad. Y la vulnerabilidad implica asumir riesgos y enfrentar el temor de salir dañados. Estar genuinamente presente para la generación de un vínculo. Sin eso, no hay apego y no hay una experiencia exitosa. Decidir amar requiere de coraje. Solo ahí pueden brotar la compasión y el cuidado. Soltar el control también es difícil. Es una experiencia cuyo punto de inicio es el dolor. Es un niño o niña que ha vivido adversidad y necesita que lo quieran sin condiciones. No sabes de antemano qué impacto tendrá la experiencia traumática en el desarrollo del niño o niña, no sabes por cuando tiempo va a estar, no puedes pedir reciprocidad, ni es posible saber cuál será la solución definitiva para su caso. Nosotros ocupamos un espacio importante durante un período de transición, pero no somos la familia de destino. Soltar el control y vivir el día a día.
Contrario a lo que se podría pensar y a lo que siempre nos preguntan, creo que la despedida no fue para nosotros lo más difícil. Sabíamos que en algún minuto había que enfrentar la pena de la separación, pero llegado el minuto le hicimos espacio al duelo y lo transitamos muy acompañados y de manera cuidada. Después lo hemos ido resignificando. Ese tránsito de la Julieta de nuestra casa a la casa de su papá no fue un final. Hoy día tiene muchas más personas pendientes de su bienestar que antes.
Estoy segura que ella no hace la distinción de “mi familia de antes” y “mi familia de ahora”…son todas mis familias. Nosotros tenemos la suerte de seguirla viendo y obvio que la extrañamos, pero con dulzura.
¿Qué dejó tu paso por el Saint George en tu manera de enfrentar la vida? ¿Crees que pudo influir en tus ganas de hacer lo que haces hoy?
Creo que el colegio forma alumnos que jamás van a ser indiferentes a la vulnerabilidad de otros. El sentido de comunidad, que nos conecta con los demás y el entorno. De ahí surge la capacidad de empatizar con el sufrimientos/necesidades y luego, poder actuar en consecuencia, cada uno desde sus posibilidades.
También aprendemos desde muy temprano a cuestionar lo que nos parece que no está bien, correr riesgos, empujar cambios.
Cuando hablamos de proteger a niñas, niños y adolescentes, parece una tarea titánica, con muchas aristas. ¿Es fácil perder la esperanza, especialmente en contextos vulnerables o en crisis?
Lo que más me asusta es ser parte de un mundo indiferente a la vulnerabilidad de otros. De niños y niñas, pero también la de enfermos, personas mayores, en situación de pobreza, etc. Una sociedad saludable es aquella en la que las personas están dispuestas a asumir el rol de cuidado de otros.
¿Que le aconsejarías a Georgians que se sienten motivados con tu historia y les gustaría emprender este camino?
¡Que se atrevan a dar un primer paso! Es un proceso paulatino, no es de cero a cien y en el camino se van a ir dando cuenta si es una responsabilidad que quisieran asumir. Que no van a estar solos, hay profesionales que acompañan, redes de familias de acogida que comparten experiencias, y siempre, siempre encontrarán personas durante el viaje que se conmuevan, empaticen y quieran ayudar. La necesidad es tremenda, las familias de acogida externa no somos tantas y el impacto en la vida de cada niño y niña es incalculable. Los recién nacidos por ejemplo, están en promedio 2 a 3 meses en el hospital en espera de una solución. Solo en el hospital donde nació la Julieta hoy hay más de 20 guaguas en su misma condición.
Nosotros no nos arrepentimos y vamos a seguir haciéndolo mientras podamos.