Dijo adiós el precursor del rugby en el Saint George. En las siguientes líneas desde OGA reconocemos el extraordinario aporte realizado por Miguel Fiqueroa (Generación 54) quien conformó, de hecho, el primer equipo de rugby del colegio, un deporte fundamental en el trabajo formativo de la institución en base a los valores que promueve este deporte: empuje, perseverancia y autocontrol.
Fue en 1953 que se hacía la luz para los amantes de un deporte tan rudo como noble. Ese año no sólo se creó la Federación de Rugby de Chile, sino que también se producía un hecho que vendría a marcar la historia del Saint George gracias a la visión del padre Francis Provenzano y la labor infatigable de exalumnos como Wilfred Gubbins, Claudio Hinojosa y, muy especialmente, Miguel Figueroa Parra, quien grabó a fuego su nombre en la historia institucional tras partir recientemente al encuentro del Señor, dejando a una familia orgullosa de sus virtudes humanas, a una comunidad agradecida de su labor como médico y a una comunidad escolar que reconocerá por siempre su enorme legado.
El mismo Miguel Figueroa, médico radicado en Pucón, narraba así la cadena de acontecimientos que desembocaron en la creación de una de las señas de identidad cultural más importantes del colegio: “Jugábamos rugby infantil en el Stade Francaise Wilfred Gubbins y yo. Nos entrenaba John Bain, inglés, exjugador y amante del rugby. Luego ascendimos a juveniles, siendo entrenados por Leonardo Kittsteiner, también jugador y destacado decatleta. Cuando cursaba quinto año de Humanidades, en 1953, fui llamado a la oficina por Father Provenzano, quien era el vicerrector del colegio y un estricto jefe de disciplina. Fui a la cita algo preocupado, pero luego me tranquilicé cuando comentó que se había enterado de mi afición deportiva y si estaría dispuesto a organizar un equipo de rugby en el colegio”.
Por aquella época el Saint George se encontraba en Pedro de Valdivia, por lo que la falta de infraestructura, debido a las dimensiones del terreno, constituía un obstáculo difícil de sortear para desarrollar las disciplinas deportivas, especialmente el rugby. “Aún así nuestros deportistas destacaban en competencias interescolares, especialmente en atletismo, natación, tenis y básquetbol”.
Pero surgiría un problema cuya resolución exigiría un mayor grado ingenio y rapidez: armar un equipo. Era lo básico. Por fortuna, su curso era especialmente deportista al punto que los propios alumnos organizaban campeonatos internos de atletismo, por lo que decidió armar -mejor dicho, improvisar- ese equipo con quienes se dedicaban a cultivar esas otras disciplinas.
Decía Miguel Figueroa: “Formamos un equipo con los velocistas en la línea de tres cuartos, y los lanzadores de bala, disco y jabalina al pack de forwards. Wilfred (Gubbins) se integró a los tres cuartos y yo como fullback”.
.
La gloria no fue sólo fundacional, sino que alcanzó a rozar éxitos deportivos que dieron el envión final a efectos de consolidar al rugby como deporte insignia del colegio. “El año 1954, en nuestro sexto y último año en el colegio, jugamos tres partidos importantes. El primero, con el Instituto Luis Campino, que ya tenía varios años de experiencia en rugby. Lo perdimos. Más adelante, en una competencia deportiva de varias disciplinas en la cancha principal del Estadio Nacional, nos encontramos nuevamente con el mismo Luis Campino. Era la revancha”.
“Se jugaría a continuación de un partido de fútbol que, lamentablemente, perdió el Saint George. Hubo que improvisar, amarrando varillas a los verticales de los mismos arcos de fútbol, lo que facilitaba las conversiones y los drop-kick. Ese partido lo ganamos. Más tarde fuimos a enfrentar al Stade Francais, en su propia casa, y también ganamos”, recordaba este médico y padre de cinco hijos, amante de la aeronáutica, quien decidió, junto a su esposa, cambiar los el gris cemento de Santiago por los bosques de Pucón, de cuyo hospital se hizo cargo en la década del ‘90, ganándose rápidamente el afecto y el reconocimiento de toda la comunidad.
Miguel Figueroa Parra le entregó su vida a Pucón, su comuna adoptiva. Bien podría ser un puconino. De hecho, sus restos descansan en el cementerio de Villarrica junto a los de su esposa. Pero hay dos categorías que estarían fuera de toda discusión cuando recordemos su figura: era, ante todo, un extraordinario georgian y un señera del rugby nacional en vista del aporte que realiza nuestro colegio para el desarrollo de este deporte en nuestro país.