Carlos de la Barrera, un viaje inesperado para el arquitecto del Nuevo Monumental
hace 7 mesesA veces la vida toma giros que uno no se imagina y eso lo sabe Carlos de la Barrera, arquitecto y OG 1995 quien es hoy el encargado de un proyecto muy importante: el nuevo estadio Monumental. Si uno conversa un rato con él, entiende rápido que su historia no es la de un niño que soñaba con planos y maquetas. Es mucho más parecida a la de un explorador, de los que sueñan en grande sin un mapa claro, pero con la convicción de que hay algo allá afuera por descubrir.
No siempre supo que quería ser arquitecto: "Quise hacer de todo: explorador, astronauta, científico loco, biólogo marino, médico. La verdad, no sé cómo llegué a esto, pero lo que sí sé es que llegué a la arquitectura deportiva a través de las ciencias".

Más que un arquitecto tradicional, Carlos busca historias e identidades para dejarse fluir. No diseña estadios ni estructuras vacías: crea espacios que cuentan algo. Para cada proyecto, la inspiración no aparece por arte de magia, ni se copia de algún catálogo. Siempre está anclada a las raíces, a algo auténtico que conecte al lugar con el mundo.
"La inspiración siempre la busco en elementos locales, algo que haga único al equipo deportivo o a la ciudad. Por ejemplo, para un proyecto en Colombia nos inspiramos en los silleteros: antiguamente eran porteadores que llevaban en sus espaldas sillas para trasladar personas o productos. En el caso de Colo Colo, la conexión con el pueblo mapuche es evidente. El desafío no es la inspiración, sino cómo transformar eso en un diseño que no sea un cliché y utilizar esa identidad única, de la cultura del equipo o ciudad, como catalizador para crear un proyecto de destino internacional. Eso sí, siempre atajando problemas globales como el cambio climático”.
Hablar con él es entender que su profesión no solo tiene que ver con levantar paredes o diseñar graderías. Tiene que ver, sobre todo, con crear comunidades, puentes invisibles entre personas que muchas veces ni siquiera se conocen. Por eso, lo más difícil de su trabajo no son las normativas o los cálculos estructurales, sino que son "desafíos técnicos que siempre se resuelven. Lo más difícil de un proyecto es crear un equipo alineado a tu visión. Para eso tienes que invertir en las personas, guiarlas y dejarlas cometer errores".
Hay una anécdota muy interesante que habla un poco sobre lo mencionado: "Conocí a un arquitecto local y lo primero que me dijo fue: 'I hate this project'. Parte del trabajo del arquitecto es hacer equipo y alinear a las personas bajo el mismo objetivo; eso es lo más difícil que me toca hacer".
Y aunque ha participado en grandes proyectos incluyendo momentos casi de película, al hablar sobre su obra favorita, Carlos no piensa en edificios pero sí en personas: “No tengo un proyecto favorito, pero sí me quedo con recuerdos de personas y anécdotas como tener la oportunidad de viajar y conocer gente increíble, haber estado en una semifinal para un Mundial o anécdotas como cuando una vez viajando en una comitiva detuvieron el tránsito para que pasáramos”.
Sus orígenes están marcados por su época escolar ya que pasó 14 años en el colegio al entrar en Kínder para luego repetir 2º básico y egresar en 4º medio. "El colegio tiene que haber influido en mí", reflexiona y no habla de las clases formales de arquitectura, sino de los rincones en donde encontraba creatividad como el laboratorio de fotografía junto al teatro, el laboratorio de ciencias o en la biblioteca hojeando un libro llamado Arquitectura del siglo XX. "Somos el resultado de todos los pasos que damos en la vida".

Al seguir hablando del colegio, en esa época, hubo dos profesores que dejaron una huella en él como Fernando Morris, quien le enseñó el valor de la lectura y del pensamiento abstracto: "Aprendí a pensar fuera de la caja y dejar volar mi imaginación". Y Jaime Pettit, el profesor de ciencias naturales y química, que demostraba con su propio estilo que la rigurosidad y el humor no son incompatibles: "De Jaime aprendí a ser riguroso, pero también a disfrutarlo".
Si pudiera hablar con el Carlos de la época escolar, no le daría grandes advertencias ni lo llenaría de consejos técnicos, sino que le daría aliento: "Le diría que pusiera más atención en las clases de matemáticas e inglés, le diría que no tenga miedo de que se rían de él por ser diferente. Que celebre ser nerd e inocente. Que algún día le va a tocar diseñar el estadio más grande de Chile".

Al final, conversar con Carlos de la Barrera es una invitación a entender que la arquitectura y la vida no son caminos rectos ni prediseñados. Son viajes en los que hay que atreverse a explorar, a inspirarse en lo propio sin caer en lo obvio, a formar equipos sólidos incluso cuando la primera reacción es el rechazo y a recordar siempre que cada paso, cada libro leído, cada profesor admirado, cada recreo perdido en una biblioteca, construye silenciosamente lo que algún día seremos.
Y tal vez, ese sea el verdadero estadio que Carlos ha estado diseñando desde el principio: uno que no se construye solo de cemento y acero, sino de historias, aprendizajes y un amor genuino por la curiosidad y la diferencia.